Nació Rosalía de Castro en Santiago de Compostela el 4
de febrero de 1837. En su partida de nacimiento figura como «hija de
padres incógnitos», puntualizándose, sin embargo, que «va sin número por
no haber pasado a la Inclusa».
Durante mucho tiempo la irregularidad de su
nacimiento originó cierto desconcierto en la crítica, quizá porque se
juzgaba impertinente o poco respetuoso con tal excelsa figura de las
letras gallegas indagar en lo que parecían «trapos sucios» de la
familia. Afortunadamente esos tiempos han pasado y hoy existen estudios
rigurosos que permiten conocer perfectamente los antecedentes familiares
de Rosalía.
Su madre, doña María Teresa de la Cruz de Castro y
Abadía, de familia hidalga venida a menos , nació el 24 de noviembre de
1804. Doña Teresa tenía treinta y dos años y tres meses cuando nació
Rosalía. Su padre, don José Martínez Viojo, nacido el 7 de febrero de
1798 acababa de cumplir treinta y nueve, y era sacerdote; no pudo, por
tanto, reconocer, ni legitimar a su hija, aunque sí parece que se
interesó por ella y encargó de su cuidado a sus hermanas.
Fueron las tías paternas de Rosalía, doña Teresa y
doña María Josefa, quienes se hicieron cargo de la chiquilla en los
primeros tiempos, llevándola a vivir con ellas, primero en Ortoño en la
casa familiar llamada «Casa do Castro», y después en Padrón.
Un detalle que queda sin aclarar es la personalidad
de la madrina de Rosalía, la mujer que la llevó a bautizar y que, según
la partida de nacimiento, se llamaba Francisca Martínez y era «natural
de San Juan del Campo». Según los datos de Caamaño Bournacell, no era
hermana del padre (pese a la similitud de su primer apellido, por otra
parte muy corriente) ¿Podría ser alguien enviado por doña Teresa de
Castro? No se sabe.
Parece, a la luz de los hechos conocidos, que la
madre no se atrevió a afrontar sola el nacimiento de su hija en los
primeros momentos , ya que en la partida de bautismo Rosalía parece como
hija de «padres incógnitos». Es una actitud disculpable y explicable
por la presión social e incluso por la vergüenza que debió de producir
aquel nacimiento «sacrílego» en la familia materna.
Aunque no sabemos con exactitud en qué momento doña Teresa se hizo cargo
de su hija, se van encontrando testimonios que indican que lo hizo
cuando Rosalía era aun una niña. En un registo del Ayuntamiento de
Padrón del 17 de septiembre de 1842, dado a conocer por Manuel Pérez
Grueiro (Véase Andrés Pociña / Aurora López, Rosalía de Castro Estudios sobre su vida y su obra,
p. 24 ), consta que reside en aquella localidad doña Teresa de Castro,
con su hija Rosalía y una criada llamada María Martínez. En ese registro
se dice que el estado civil de doña Teresa es el de soltera y que tiene
treinta seis años (dato erróneo, ya que, partiendo de la fecha de
nacimiento del Libro de Bautizados de Iria Flavia, había nacido el 24
de noviembre de 1804; estaba, pues, a punto de cumplir treinta y ocho
años ) Rosalía tiene en ese momento cinco años y siete meses. ¿Fue
entonces cuando su madre se la llevó a vivir con ella ? Mientras no
aparezcan otros documentos, se puede considerar que probablemente esa es
la fecha en la que madre e hija comenzaron a vivir juntas.
Un capítulo interesante desde el punto de vista
psicológico lo constituyen las relaciones de Rosalía con su madre. No
sabemos si doña Teresa vio con frecuencia a su hija mientras ésta vivió
con la familia paterna; quizá sí. Y el hecho de vivir con ella desde
los cinco años explica el profundo cariño que llegó a inspirar a su
hija. Rosalía se casa en el año 1858, interrumpiéndose la convivencia
entre las dos mujeres. Doña Teresa muere repentinamente cuatro años más
tarde, en 1862. Rosalía escribe entonces un tomito de poesías, A mi madre,
donde da muestras de un gran dolor y sobre todo de un sentimiento de
soledad que ya no la abandonará nunca. Nada pudo llenar el hueco que
había dejado la madre en su vida.
Rosalía debió de sentir por su madre, además de cariño, compasión y
agradecimiento. Como tantas protagonistas de sus poemas, su madre era la
pobre mujer enamorada y engañada por el varón. Pero era también la
mujer que, finalmente, se enfrentó a la sociedad para reconocer el fruto
de su desliz y reparar asi su falta. En su primera novela La hija del mar,
Rosalía brinda un homenaje al valor de su madre cuando , refiriéndose a
una niña expósita dice : «Hija de un momento de perdición , su madre
no tuvo siquiera para santificar su yerro aquel amor con que una madre
desdichada hace respetar su desgracia ante todas las miradas , desde las
más púdicas hasta las más hipócritas».
No sabemos hasta qué punto estos acontecimientos de
los primeros años de su vida y su nacimiento irregular influyeron en el
carácter y en la obra de Rosalía.La crítica ha tendido a destacar la
importancia de aquellos hechos. Rof Carballo señaló la coincidencia de
ciertos rasgos de su mundo poético con la ausencia de una «imago»
paterna en la formación de su personalidad.
José Luis Varela interpreta el símbolo de la negra sombra poniéndolo en estrecha relación con la «oscuridad» de sus orígenes.
Xesús
Alonso Montero destaca la presión social que sufrieron la niña y la
madre y cómo ese ambiente condicionó la personalidad adulta de Rosalía.
En cuanto a mí, no me cabe duda de que algunos
caracteres de su visión del mundo -por ejemplo, la vinculación de amor,
remordimiento, pecado- están íntimamente relacionados con su historia
familiar.
Aunque la sociedad gallega tenga frente a los hijos
naturales una actitud más abierta y comprensiva que otras sociedades, el
hecho de ser «hija de cura» debió de inclinar la balanza negativamente
del lado de las reticencias. No parece extraño que en una niña sensible e
inteliegente la falta de padre y
su condición de fruto de amores prohibidos influyeran en su carácter y
en su concepción de la vida.
¿Qué clase de instrucción recibió Rosalía? Parece
que fue escasa. No sabemos si cursó estudios, aunque los biógrafos se
inclinan a pensar que no, excepto algo de Dibujo y Música en las aulas
de la Sociedad Económica de Amigos del País. Un índice de su escasa
escolaridad son las abundantes faltas de ortografía de los autógrafos
que conservamos de ella.
Un capítulo importantísimo en su vida son sus
relaciones con Manuel Murguía con quien contrae matrimonio el 10 de
octubre de 1858. Las opiniones de la crítica sobre la vida en común de
la pareja son tan contradictorias que pueden sumir al lector en la
perplejidad.
Xesús Alonso Montero afirma «siempre
he creído que la decisión de casarse con este hombre es un acto propio
de quien, abrumado por las circunstancias, se ve en la necesidad de
aceptar la menor oportunidad».
Por el contrario,
leemos en Bouza Brey: «Daman do seu home, pois, entróu Rosalía na
groria, xa que foi o primeiro ademirador das suas escelsas coalidás
poéticas, con sacrificio escomasí das propias, como ben señala o
escritor don Xoán Naya; e nunca xamáis lle pagará Galicia a don Manuel
Murguía o desvelo que puxo en dar a conocer as vibracións de aquel
esquisito esprito. O nome de Murguía ten de figurar ó frente de toda
obra de Rosalía polo amoroso coido que puxo no seu brilo frente á
recatada actitude da súa esposa, apartada sempre dos cenáculos onde se
forxan, con razón ou sin ela, as sonas literarias».
Si
en su vida íntima fueron felices o desgraciados, si hubo por parte de
Murguía infidelidad, ya sólo lo sabrán ellos y algunos que no han
querido decirlo. A nosotros nos toca únicamente exponer los hechos que
conocemos y darles nuestra propia interpretación.
Un
hecho que me parece altamente significativo y que ya comenté en otro
lugar es la destrucción de las cartas de Rosalía que realizó su esposo,
al final de su vida. El propio Murguía nos cuenta este episodio :
«Como
ya se acercan los días de la muerte, he empezado por leer y romper las
cartas de aquella que tanto amé en este mundo. Fui leyéndolas y
renovándose en mi corazón alegrías, tristezas, esperanzas, desengaños,
pero tan llenas de uno que en realidad, al hacerlas pedazos, como cosas
inútiles y que a nadie importan, sentí renovarse las alegrías y dolores
de otros tiempos.
Verdaderamente la vejez es un
misterio, una cosa sin nombre, cuando he podido leer aquellas cartas que
me hablaban de mis días pasados, sin que ni mi corazón ni mis ojos
sangraran. ¿Para qué?, para que me decían. Si hemos de vernos pronto, ya
hablaremos en el más alla».
Si es cierto que,
gracias a su esposo, Rosalía se lanzó a la vida literaria y eso le hemos
de agradecer, también lo es que nos privó, con la destrucción de las
cartas, de un elemento importante para conocer su carácter y su obra.
¿Cuántos misterios de su poesía, cuántas alusiones que nos desconciertan
por ignorar su verdadero significado, no se hubieran aclarado
conociendo sus cartas? Murguía era consciente de la importancia de
ellas, aunque insista repetidamente en que sólo interesan a ellos dos:
«Pero
si las leí sin que mi alma se anonadase en su pena, no fue sin que el
corazón que había escrito las líneas que acababa de leer, se me
presentase tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir».
Es,
pues, la imagen de Rosalía «tal como fue, tal cual nadie es capaz de
presumir» lo que Murguía destruyó para la posteridad. Cabe preguntarse
por qué. Quizá porque la imagen de su vida matrimonial no era tan
perfecta o ejemplar como él hubiera, a posteriori, deseado.
En
las escasas cartas o fragmentos conservados, encontramos reproches
unidos a confesiones de cariño, exigencias o disculpas por esas
exigencias, que pueden parecer excesivas. Veamos algún ejemplo:
«Mi
querido Manolo: No debía escribirte hoy, pues tú me dices lo haga yo
todos los días, escaseas las tuyas cuanto puedes, pues casualmente los
dos días peores que he tenido, hasta me aconteció la fatalidad de no
recibir carta tuya. Ya me vas acostumbrando, y como todo depende de la
costumbre, ya no hace tanto efecto; sin embargo, estos días en que me
encuentro enferma, como estoy más susceptible, lo siento más. Te
perdono, sin embargo, aunque sé que no tendrías otro motivo para no
escribirme que el de algún paseíto con Indalecio, u otra cosa parecida».
Veamos otro fragmento:
«Estando
lejos de ti vuelvo a recobrar fácilmente la aspereza de mi carácter que
tú templas admirablemente, y eso que, a veces, me haces rabiar, como
sucede cuando te da por estar fuera de casa desde que amanece hasta que
te vas a la cama, lo mismo que si en tu casa te mortificasen con
cilicios».
La impresión que sacamos de los
escasos restos conservados es que Rosalía encontró en Murguía uno de los
pocos apoyos de que difrutó en su vida, que le consideraba como «la
persona a quien más se quiere en el mundo», que muchas veces no se
sentía correspondida en la misma medida, y que, entonces, o rabiaba o
hacía «reflexiones harto filosóficas respecto a la realidad de los
maridos y la inestabilidad de los sentimientos humanos».
Un
punto de la biografía de Rosalía en el que hubo bastante confusión se
refiere al número de sus hijos e, incluso, a su sexo. Tras los trabajos
de Caamaño Bournacell -ya citado- y de Bouza Brey, la cuestión ha
quedado aclarada. Tuvo los hijos siguientes:
- Alejandra, nacida en mayo de 1859 en Santiago de Compostela, casi a
los siete meses exactos del matrimonio de sus padres. Murió en 1937.
- Aura, nacida en diciembre de 1868 (obsérvese el largo intervalo sin descendencia). Murió en 1942.
- Gala y Ovidio, gemelos, nacidos en julio de 1871. La primera murió en 1964; Ovidio, en 1900
- Amara, nacida en julio de 1873. Murió en 1921.
- Adriano Honorato Alejandro, nacido en marzo de 1875, murió en noviembre de 1876 a consecuencia de una caída.
- Valentina, nacida muerta en febrero de 1877.
Murió Rosalía el 15 de julio de 1885. Recordemos sus últimos momentos a través del relato de González Besada:
«...
recibió con fervor los Santos Sacramentos, recitando en voz baja sus
predilectas oraciones. Encargó a sus hijos quemasen los trabajos
literarios que, reunidos y ordenados por ella misma, dejada sin
publicar, dispuso se la enterrara en el cementerio de Adina, y pidiendo
un ramo de pensamientos, la flor de su predilección, no bien se lo
acercó a los labios sufrió un ahogo que fue el comienzo de su agonía.
Delirante, y nublada la vista, dijo a su hija Alejandra: 'Abre esa
ventana, que quiero ver el mar', y cerrando sus ojos para siempre,
expiró»...
Desde Padrón, en donde murió Rosalía,
no puede verse el mar. Impresionan esas últimas palabras de una persona
para quien el mar fue una perenne tentación de suicidio. Recordemos sus
versos:
Co seu xordo e costante mormorio
atráime o oleaxen dese mar bravío,
cal atrái das serenas o cantar.
«Neste meu leito misterioso e frio
-dime-, ven brandamente a descansar».
El namorado está de min... ¡o deño!
i eu namorada del.
Pois saldremos co empeño,
que si el me chama sin parar, eu teño
unhas ansias mortáis de apousar nel.
Rosalía penetraba, por fin, en ese mar-muerte donde teanto había anhelado reposar.